Venezuela: Amazonía en la encrucijada

Venezuela: Amazon at the Crossroads

La Amazonía venezolana ha sido conocida por sus tepuyes, esas formaciones rocosas de cimas planas y pendientes verticales con 1.500-2.000 millones de años de antigüedad; por el río Orinoco, por el emblemático Parque Nacional Canaima y sus extensas sabanas; por la existencia de 29 pueblos indígenas como los yanomami o los warao, entre muchos otros.

Sin embargo, su historia está también marcada por la colonialidad, los imperativos de conquista y el extractivismo. Los primeros rastros del imaginario de ‘El Dorado’, que se pensaba ubicado en la soñada ‘Laguna de Parima’ o ‘Manoa’, se encontraban justo en la cuenca del Cuyuní, entre Venezuela y el disputado territorio del Esequibo (Cunill Grau, 2011). Zona también, que hoy vive una vorágine minera.

Poco son contadas las historias del caucho y la violencia en Amazonas, de balatá, la sarrapia y las plumas de garza; de los vapores recorriendo el Orinoco con mercancías para potenciar el comercio extractivista (Ugalde, 1994; Fernández, 2007); y la explotación del oro en El Callao en el siglo XIX, que además promovió un particular sincretismo entre lo amazónico y lo caribeño desde el cual se celebran allí carnavales al ritmo del calipso, muchas veces celebrando el trabajo de los mineros.

Esta historia recorre a la Amazonía hasta nuestros tiempos contemporáneos, cuando la misma fue objeto de un ambicioso plan de desarrollo en el auge del Petroestado (1) venezolano durante el siglo XX, orientado a expandir la minería e industria del hierro y la bauxita, el turismo, las infraestructuras hidroeléctricas, y nuevamente, la minería de oro. Nada de esto quitó protagonismo al petróleo y el desarrollo de un país que se desplegaba fundamentalmente al norte del río Orinoco, mirando a sus costas, desde donde evolucionó históricamente una economía de puertos. Pero la crisis del modelo basado en el petróleo, que comienza a evidenciarse con claridad desde la década de los 80, comenzó a ser un extraordinario incentivo para intensificar un nuevo avance de la “Conquista del Sur”, un lema y política que ya en el primer gobierno de Rafael Caldera (1969-1974) se había propuesto.

Aunque está muy poco presente en el imaginario venezolano, la crisis económica que vivimos en los 90 impulsó también una profundización del extractivismo que tuvo impacto en la Amazonía: la propuesta en el segundo gobierno de Caldera de permitir la minería en la Reserva Forestal de Imataca evidenciaba un salto hacia nuevas fronteras de la extracción. La resistencia social de ciudadanos de diversa procedencia para evitar que se concretara ese permiso en Imataca, generó la que quizás fue la movilización ambiental más emblemática de ese entonces en el país.

Pero la crisis de fondo, de un modelo tan dependiente al petróleo no estaba resuelta. Con la llegada de Hugo Chávez y la llamada ‘Revolución Bolivariana’, el mal de la dependencia y la predominancia del rentismo fue profundizada. A pesar de que su proyecto se presentó como un cambio radical respecto a los gobiernos anteriores, Chávez continuó con el imperativo extractivista, esta vez en nombre del Socialismo. Este no sólo planteaba llevar la producción petrolera a 6 millones de barriles diarios (Lander, 2013; Teran-Mantovani, 2014), sino también expandir la minería a niveles nunca visto, lo que también impactó a la Amazonía. En este marco, en 2011, Chávez propuso al país un mega-proyecto al norte de la biorregión denominado ‘Arco Minero del Orinoco’ (AMO). Este estableció una enorme superficie de casi 112.000 km2, el tamaño aproximado de Cuba, destinado a la explotación de oro, diamantes, coltán, bauxita, hierro, cobre, entre otros minerales.

Al mismo tiempo, desde principios del siglo XXI, y estimulado por el crecimiento de los precios del oro, se extendía considerablemente la minería ilegal en la Amazonía, lo cual también fue potenciado por la corrupción de militares, que fueron obteniendo ganancias del comercio ilícito del recurso.

El ya internacionalmente conocido colapso venezolano que inicia entre 2013/2014, en el cual la industria petrolera se vino abajo, ha creado un escenario de expolio para la Amazonía, que pone en entredicho la propia vida en la biorregión. El gobierno de Maduro encuentra la posibilidad de incrementar ingresos a través del comercio del oro, e incentiva la minería en toda la biorregión a partir de la formalización del AMO, vía decreto 2.248 (Gaceta Oficial 40.855, febrero 2016 (2)). Pero las condiciones de inestabilidad e inseguridad para empresas, las sanciones internacionales, y sobre todo, la proliferación de bandas criminales venezolanas, la guerrilla colombiana y mineros patrocinados por el crimen organizado desde Brasil, han hecho inviable los proyectos formales del AMO. La debacle del Estado, la corrupción gubernamental y el fortalecimiento de las economías ilícitas, han provocado que prácticamente toda la minería que se realiza en la región sea ilegal, sea porque irrumpe en las leyes ambientales, de protección a los pueblos indígenas e incluso la Constitución, o bien porque el grueso de las minas están controladas por estructuras criminales, que operan ante la complicidad o la asociación con actores estatales (Crisis Group, 2020; FundaRedes, 2022; OCDE, 2021; SOS Orinoco, 2022). Todo esto implica, al menos dos cuestiones importantes: una, que el oro venezolano tiene un origen fundamentalmente ilícito, marcado por la violencia contra las comunidades indígenas, la devastación de decenas de miles de hectáreas de bosque y su contaminación con mercurio; y dos, que el AMO lo que busca es captar la mayor parte posible de ese oro que se extrae en toda la Amazonía (incluso más allá de las poligonales del proyecto), legalizándolo, y fusionando lo ilícito y lo lícito.

Estas dinámicas de expolio han tenido severos impactos socioambientales, principalmente en la cuenca del Cuyuní, donde están las principales concentraciones de oro del país; en la del Caroní, Paragua, Caura e Ikabarú en el estado Bolívar, y en los ríos Ventuari, Atabapo, en el Parque Nacional Yapacana y la Reserva de Biosfera Alto Orinoco Casiquiare, en el estado Amazonas. La instalación de grupos armados y la violencia militar han implicado explotación laboral y sexual, agresiones permanentes, enfermedades como la malaria, y hasta asesinatos, todo lo cual incluye a los pueblos indígenas, que son los grupos sociales más vulnerables ante la situación (ORPIA et al, 2020). Además, muchos de estos últimos, ante el contexto tan complicado han decidido sumarse a la minería ilegal, abandonando muchas de sus actividades tradicionales. La situación general ha sido de continuo avance de la actividad, lo que se agrava por las dinámicas transfronterizas del oro, que están también impactando la Amazonía de otros países.

Horizontes post-extractivistas ante el asalto a la vida en la Amazonía.

Abordar una situación como esta requiere una mirada amplia y holística, que además reconozca las relaciones de poder e intereses nacionales e internacionales que atraviesan estos preciados ecosistemas. El abordaje puede ir desde asuntos técnicos, políticos, hasta sociales y epistémicos. Esto último, desde nuestra perspectiva, supone pensar no sólo aspectos regenerativos y paliativos, sino también de cambios profundos en los propios modelos de sociedad, ante una crisis ambiental que no es sólo amazónica, sino planetaria. Mirar en las raíces de la larga historia de expolio que ha vivido la Amazonía implica proyectar posibilidades y alternativas post-extractivistas, reconociendo los desafíos y potencialidades hacia otros ordenamientos socio-ecológicos que trasciendan la orientación extractiva.

Una apuesta hacia otras epistemologías, hacia otros paradigmas y formas de conocimiento, implica reconocer que nuestras concepciones dominantes sobre desarrollo, bienestar y progreso, siguen profundamente anclados en el extractivismo y en nociones de dominación y objetivación de la naturaleza. La Amazonía debe ser concebida como un ser vivo, como bioma, que además está conectado con la vida, los equilibrios y balances del resto de la vida en la Tierra. Se trata de reconciliarnos y revincularnos con la naturaleza, reconocernos como parte de ella, y comprender que la posibilidad de vida tiene que ver con nuevos modelos de sociedad que respeten los ciclos y ritmos de los ecosistemas.

Los pueblos indígenas amazónicos poseen valiosos conocimientos y prácticas para orientar cambios y nuevas formas de relacionamiento con la Amazonía, siendo sus guardianes por miles de años. En este sentido es fundamental que se completen los procesos de demarcación y titulación de tierras indígenas, como lo indica la Constitución nacional, fortaleciendo las herramientas de gestión territorial de las comunidades originarias, que ofrecerían valiosos aportes para el manejo y regeneración de los ecosistemas amazónicos. Además, los regímenes de co-administración de territorios indígenas y parques nacionales, así como las iniciativas de las guardias indígenas como formas de vigilancia y monitoreo territorial (no armado) ante el auge de grupos armados irregulares, dan señales de mecanismos de participación más directo de estas comunidades ante las diferentes problemáticas que afronta la biorregión, más allá del asistencialismo estatal, las propuestas empresariales de mercantilización de la naturaleza y la militarización de los territorios.

La ‘recuperación económica’ de Venezuela no puede plantearse a costa de la devastación social y ambiental de nuestro propio país. Esta puede en cambio ser también potenciada por el crecimiento y fortalecimiento de economías locales indígenas (agrícolas, forestales comunitarias, etc) y las diversas potencialidades eco-turísticas de la zona. Estrategias de cuidado del bosque, restauración ecológica, reforestación y revegetación también deberían ser apoyadas, mucho más para ofrecer alternativas económicas a los miles de mineros que existen en la biorregión.

Acuerdos internacionales, como lo sería la aprobación del acuerdo de Escazú, podrían añadir elementos normativos y estrategias multilaterales para la conservación, así como para la protección de defensores ambientales en el país.

Técnicamente hablando, sí hay alternativas para la Amazonía venezolana; lo fundamental es una ciudadanía movilizada y la voluntad política de los sectores dirigentes que comprendan la particular situación regional y global en la que nos encontramos, y que estén a la altura de las circunstancias.

The Venezuelan Amazon has been known for its tepuis, those rocky formations with flat summits and vertical slopes, 1.5–2 billion years old; for the Orinoco River; for the emblematic Canaima National Park and its vast savannas; and for the existence of 29 Indigenous peoples such as the Yanomami or the Warao, among many others.

However, its history is also marked by coloniality, imperatives of conquest, and extractivism. The first traces of the ‘El Dorado’ myth, thought to be located in the fabled ‘Laguna de Parima’ or ‘Manoa’, were found right in the Cuyuní basin, between Venezuela and the disputed territory of the Esequibo (Cunill Grau, 2011). This is also an area that today experiences a mining frenzy.

There are few accounts of the stories of rubber and violence in Amazonas, of balatá, sarrapia, and egret feathers; of the steamboats traveling the Orinoco with goods to boost extractivist trade (Ugalde, 1994; Fernández, 2007); and of the gold exploitation in El Callao in the 19th century, which also promoted a particular syncretism between the Amazon and the Caribbean, from which carnivals are celebrated there to the rhythm of calypso, often celebrating the work of miners.

This history runs through the Amazon up to contemporary times, when it was the subject of an ambitious development plan during the boom of the Venezuelan petro-state (1) in the 20th century, aimed at expanding mining and the iron and bauxite industries, tourism, hydroelectric infrastructure, and again, gold mining. None of this diminished the prominence of oil and the development of a country that was fundamentally expanding north of the Orinoco River, looking toward its coasts, from where a port-based economy historically evolved. But the crisis of the oil-based model, which began to become evident in the 1980s, became an extraordinary incentive to intensify a new advance of the “Conquest of the South,” a slogan and policy that had already been proposed during the first government of Rafael Caldera (1969–1974).

Although it is scarcely present in the Venezuelan imagination, the economic crisis of the 1990s also drove a deepening of extractivism that impacted the Amazon: the proposal during Caldera’s second government to allow mining in the Imataca Forest Reserve marked a leap toward new frontiers of extraction. The social resistance of citizens from diverse backgrounds to prevent that permit in Imataca generated what was perhaps the most emblematic environmental mobilization of that time in the country.

But the underlying crisis of a model so dependent on oil was not resolved. With the arrival of Hugo Chávez and the so-called ‘Bolivarian Revolution,’ the ill of dependency and the predominance of rentism deepened. Although his project was presented as a radical change from previous governments, Chávez continued the extractivist imperative, this time in the name of socialism. This not only proposed to increase oil production to 6 million barrels per day (Lander, 2013; Teran-Mantovani, 2014), but also to expand mining to levels never seen before, which also impacted the Amazon. In this context, in 2011, Chávez proposed to the country a mega-project to the north of the bioregion called the ‘Orinoco Mining Arc’ (AMO). This established a huge area of almost 112,000 km², approximately the size of Cuba, intended for the exploitation of gold, diamonds, coltan, bauxite, iron, copper, among other minerals.

At the same time, since the beginning of the 21st century, and stimulated by the rise in gold prices, illegal mining expanded considerably in the Amazon, which was also fueled by the corruption of military officials who were profiting from the illicit trade of the resource.

The now internationally known Venezuelan collapse that began between 2013 and 2014, in which the oil industry collapsed, has created a scenario of plunder for the Amazon, which puts the very life of the bioregion in question. The Maduro government saw the possibility of increasing revenue through gold trade and encouraged mining throughout the bioregion, starting with the formalization of the AMO via Decree 2,248 (Official Gazette 40,855, February 2016 (2)). But conditions of instability and insecurity for companies, international sanctions, and above all, the proliferation of Venezuelan criminal gangs, Colombian guerrillas, and miners sponsored by organized crime from Brazil, have made the formal AMO projects unfeasible. The collapse of the state, government corruption, and the strengthening of illicit economies have caused almost all mining in the region to be illegal-either because it violates environmental laws, protections for Indigenous peoples, and even the Constitution, or because most of the mines are controlled by criminal structures, operating with the complicity or association of state actors (Crisis Group, 2020; FundaRedes, 2022; OECD, 2021; SOS Orinoco, 2022).

All this implies at least two important issues: first, that Venezuelan gold has a fundamentally illicit origin, marked by violence against Indigenous communities, the devastation of tens of thousands of hectares of forest, and contamination with mercury; and second, that the AMO seeks to capture as much of that gold as possible extracted throughout the Amazon (even beyond the project’s boundaries), legalizing it, and merging the illicit with the licit.

These dynamics of plunder have had severe socio-environmental impacts, mainly in the Cuyuní basin, where the country’s main gold concentrations are found; in the Caroní, Paragua, Caura, and Ikabarú rivers in Bolívar state; and in the Ventuari and Atabapo rivers, in the Yapacana National Park and the Alto Orinoco Casiquiare Biosphere Reserve in Amazonas state. The presence of armed groups and military violence has led to labor and sexual exploitation, ongoing assaults, diseases such as malaria, and even murders, all of which affect Indigenous peoples, who are the most vulnerable social groups in this situation (ORPIA et al., 2020). Moreover, many of the latter, faced with such a complicated context, have decided to join illegal mining, abandoning many of their traditional activities. The general situation has been one of continuous expansion of mining activity, which is aggravated by the cross-border dynamics of gold, which are also impacting the Amazon of other countries.

Post-extractivist horizons in the face of the assault on life in the Amazon

Addressing a situation like this requires a broad and holistic perspective that also recognizes the power relations and national and international interests that traverse these precious ecosystems. The approach can range from technical, political, to social and epistemic matters. The latter, from our perspective, means thinking not only about regenerative and palliative aspects, but also about profound changes in the very models of society, in the face of an environmental crisis that is not only Amazonian, but planetary. Looking at the roots of the long history of plunder experienced by the Amazon implies projecting post-extractivist possibilities and alternatives, recognizing the challenges and potentialities toward other socio-ecological arrangements that transcend the extractive orientation.

A commitment to other epistemologies, to other paradigms and forms of knowledge, implies recognizing that our dominant conceptions of development, well-being, and progress remain deeply anchored in extractivism and notions of domination and objectification of nature. The Amazon must be conceived as a living being, as a biome, which is also connected to life, balances, and cycles of the rest of life on Earth. It is about reconciling and reconnecting with nature, recognizing ourselves as part of it, and understanding that the possibility of life has to do with new models of society that respect the cycles and rhythms of ecosystems.

Amazonian Indigenous peoples possess valuable knowledge and practices to guide changes and new ways of relating to the Amazon, having been its guardians for thousands of years. In this sense, it is essential to complete the processes of demarcation and titling of Indigenous lands, as indicated by the national Constitution, strengthening the territorial management tools of Indigenous communities, which would offer valuable contributions for the management and regeneration of Amazonian ecosystems. In addition, co-management regimes for Indigenous territories and national parks, as well as the initiatives of Indigenous guards as forms of (non-armed) territorial monitoring and surveillance in the face of the rise of irregular armed groups, signal mechanisms for more direct participation of these communities in the various problems facing the bioregion, beyond state assistance, business proposals for the commodification of nature, and militarization of territories.

The ‘economic recovery’ of Venezuela cannot be proposed at the cost of social and environmental devastation in our own country. Instead, it can also be boosted by the growth and strengthening of local Indigenous economies (agricultural, community forestry, etc.) and the various eco-tourism potentials of the area. Strategies for forest care, ecological restoration, reforestation, and revegetation should also be supported, especially to offer economic alternatives to the thousands of miners in the bioregion.

International agreements, such as the approval of the Escazú Agreement, could add regulatory elements and multilateral strategies for conservation, as well as for the protection of environmental defenders in the country.

Technically speaking, there are indeed alternatives for the Venezuelan Amazon; what is fundamental is a mobilized citizenry and the political will of leadership sectors who understand the particular regional and global situation in which we find ourselves, and who are up to the circumstances.


Notas

1 Un Petro-estado es aquel que el grueso de sus ingresos provienen del petróleo, además de estar moldeado por la propia economía, cultura y política que se desarrolla en torno al llamado ‘oro negro’, tales como una gran influencia por poseer el recurso, una centralización muy marcada, su capacidad de manejar una profusa renta y de construir imaginarios de riqueza muy poderosos. Algunos trabajos señeros sobre el Petro-estado los consigue en Karl (1997), Coronil (2002), Mommer (2010) o Pérez-Alfonzo (2009).   Coronil F (2002) El Estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela. Nueva Sociedad/Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la Universidad Central de Venezuela, Caracas.

2  Disponible en: https://engaceta.wordpress.com/wp-content/uploads/2016/02/40855.pdf

Referencias

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Karl TL (1997) Paradox of plenty: oil booms and Petro-States. University of California Press, Los Angeles

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ORPIA, Wataniba, Plataforma contra el Arco Minero del Orinoco, Cerlas, Plataforma en Defensa de la Constitución, GTAI, GRIAM, OEP (2020) Situación de la Amazonía venezolana en tiempos de pandemia. www.ecopoliticavenezuela.org/ wp-content/uploads/2020/07/Informe-situaci%C3%B3n-Amazon%C3%ADaVenezuela.-AMPA-2020.pdf 

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Ugalde, L (1994) Mentalidad económica y proyectos de colonización en Guayana en los siglos XVIII y XIX: El caso de la compañía Manoa en el Delta del Orinoco. Caracas: Academia Nacional de Ciencias Económicas.

Notes

1 A petro-state is one in which the bulk of its income comes from oil, and which is also shaped by the economy, culture, and politics that develop around so-called ‘black gold’. This includes a strong influence from possessing the resource, pronounced centralization, the ability to manage abundant rents, and the construction of powerful imaginaries of wealth. Some seminal works on the petro-state can be found in Karl (1997), Coronil (2002), Mommer (2010), or Pérez-Alfonzo (2009).

2 Available at: https://engaceta.wordpress.com/wp-content/uploads/2016/02/40855.pdf

References

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